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CANELA PSICOLOGÍA

Navidades reales, no perfectas

Cada año parece que la Navidad llega antes. Los escaparates se llenan en noviembre, las marcas planifican campañas en octubre y las luces se encienden cuando aún seguimos procesando el otoño. Vivimos unas fiestas que, cada vez más, se anticipan, se aceleran y se consumen como si fueran un producto más… y no una experiencia humana.

Y quizá por eso, cada vez se habla menos de lo que realmente ocurre dentro de muchas personas cuando llega diciembre.

Porque mientras el mundo insiste en brillo, compras y fotos perfectas, hay quienes viven estas fechas como un desafío silencioso. No por falta de espíritu navideño, sino porque la Navidad, en su versión más cruda, remueve cosas que no salen en los anuncios.

Para algunas personas, diciembre significa reencontrarse con una familia que no siempre cuida, o con dinámicas que desgastan. Para otras, significa sentarse en una mesa donde hay ausencias que duelen, sillas vacías que están demasiado llenas de nostalgia. Hay quienes viven estas fechas desde la soledad, aun estando rodeados de gente. Quienes sienten que no encajan, que son “diferentes”, o que su forma de vivir o de sentir no cabe dentro de las expectativas de estas fiestas.

Y también están los cuerpos:
Los que se tensionan ante el exceso de comida.
Los que temen los comentarios en la mesa.
Los que arrastran historias con la comida que nadie conoce.
Los que conviven con un TCA mientras alrededor todo gira en torno al comer y al brindar.

Y luego está el tiempo… ese recordatorio implacable.
Diciembre trae consigo el eco del “otro año más”.
El peso de lo que no se logró.
La sensación de que la vida avanza demasiado rápido… o demasiado lento.

Aun así, intentamos sonreír. Ponernos “en modo Navidad”. Adaptarnos al guion. Cumplir.
Pero la verdad es que no todas las navidades son felices, y eso no significa que algo esté mal contigo. Significa que eres humano.

Quizá este año podamos permitirnos algo distinto:
no forzar la alegría,
no vendernos la idea de la perfección,
no empujarnos a encajar en un molde.

Y quizá, entre todo este ruido emocional, diciembre también pueda ser un recordatorio de la importancia de los límites. No como un acto egoísta, sino como una forma de sostenernos.

Poner límites en Navidad no siempre significa grandes gestos. A veces es simplemente buscar la manera de descargarte lo mínimo posible. Elegir no sentarte al lado de esa persona cuya presencia te incomoda o que sabes que hará comentarios incómodos. Aceptar que no tienes por qué opinar sobre ciertos temas solo para cumplir expectativas. Dar un paseo a solas después de una comida familiar. Decir desde la calma “no me apetece hablar de eso”. Salir a respirar cuando sientes que la mesa se vuelve demasiado intensa. O incluso decidir que no vas a ir a todos los eventos porque tu energía no es infinita.

A veces, por supuesto, no nos queda otra. Hay compromisos que no se pueden esquivar, familias que no siempre admiten un “no puedo hoy”, dinámicas que están tan incrustadas que romperlas de golpe no es tan sencillo.

Pero incluso cuando no podemos evitar ciertas situaciones, sí podemos equilibrarlas.
Podemos crear pequeñas islas de cuidado dentro del caos: hacer algo que de verdad te apetezca después de una comida que te dejó sin energía, buscar un plan suave que te reconecte contigo, quedar con alguien que te hace bien, ver tu serie favorita en pijama, pasar una tarde en silencio o simplemente descansar sin culpa.

Porque poner límites no es solo decir “no”.
También es darte a ti mismo un “sí”:
sí a espacios que te recarguen,
sí a elegir tu bienestar por encima de las expectativas,
sí a sostener tus necesidades sin pedir perdón por ellas.

Al final, el problema no son las Navidades.
No es diciembre, ni las luces, ni las cenas.
El verdadero reto está en cómo las vivimos, en las exigencias que cargamos sin darnos cuenta, en los guiones que seguimos porque siempre han sido así, en la presión por sentir algo que quizá este año no sentimos.

Por eso, este diciembre puede ser una oportunidad.
Un pequeño acto de rebeldía suave.
Un comienzo.

Te invito a crear tus propias Navidades desde este año.
A construir unas fiestas que te hagan bien, que respeten tu ritmo, tu historia, tus emociones.
A permitirte límites, descanso, autenticidad.
A sostenerte de una manera más amable.
A elegir qué quieres conservar… y qué por fin te permites dejar atrás.

Porque las Navidades no tienen que ser lo que fueron:
pueden ser lo que necesitas que sean ahora.